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La verdad detrás del caballero de los mares (3)

Publicado: 2011-07-12

Como ya hemos visto, el joven Miguel Grau tuvo una infancia bastante particular.  Por un lado, su padre había sido un militar que había visto de primera mano los horrores del uso de los muertos vivientes como arma bélica y por el otro la vida en Paita lo empujaba a interesarse por la actividad naval.  No obstante, el desastre que había sucedido pocos años atrás en Panamá con el intento del uso de zombies como mano de obra había llevado a que los marineros que venían en buques que paraban en Paita y que tenían como origen ese país no hablaran de otra cosa.

Por supuesto que para un joven tan brillante y crítico como el pequeño Miguel Grau, todas éstas eran meras historias.  Él no le dio mucha importancia y las archivó mentalmente como una de las muchas supersticiones propias de la zona.

Todo eso cambiaría en 1843.

El pequeño Miguel Grau había estado yendo al colegio, pero era claro que su verdadera pasión era el mar.  Su padre había tratado de orientarlo a la actividad militar de tierra.  Añoraba que su hijo sea un oficial de infantería, dirigiendo tropas en batallas como él lo había hecho.  Pero al brillante joven no le interesa mucho eso.  No obstante, esto no es en vano.  La educación que recibe de su padre ayuda a desarrollar su caracter.  Para el año 1843, su familia ya estaba cansada de escuchar los ruegos del joven Miguel Grau para que lo dejen ir en una embarcación para comenzar a tener la experiencia que luego lo llevaría a ser un capitán de navío.

El padre, Juan Manuel Grau y Berrío, tenía un importante cargo en la aduana de Paita, por lo que no le fue muy difícil conseguir que un bergantín de la marina civil dedicado al comercio entre Paita y otros puertos del litoral peruano tome a su hijo. El capitán, Manuel Francisco Herrera, lo acogió y le comenzó a enseñar los pormenores de comandar una embarcación de ese tipo.  Miguel Grau tenía nueve años y no dudó en dejar atrás a sus padres y a sus tres hermanos (Enrique, Dolores y Ana) para tener su primera experiencia mar adentro.

Un marinero había servido hacía poco en una embarcación que había llegado hasta Panamá.  Actualmente no se tienen registros de esta persona, pero se sabe que no era muy comunicativo y se cree que debió haber llegado ya infectado, porque hay registros de tripulantes cayendo enfermos durante los siguientes días.  El bergantín estaba en plena travesía cuando el primero se transformó.

El joven Miguel Grau no tiene muchos recuerdos de lo que pasó a continuación.  Lamentablemente la bitácora del capitán también se ha perdido para siempre en el fondo del mar.  Pero hay declaraciones de distintos sobrevivientes que permiten reconstruir parcialmente lo sucedido.

El capitán Manuel Francisco Herrera también consideraba que los rumores de cadáveres levantándose para alimentarse de la carne de los vivos eran meras supersticiones.  Por eso cuando tres tripulantes -entre los cuales se encontraba el mencionado de Panamá- fueron reportados como decesos, él no pensó en deshacerse de los cuerpos o en quemarlos, sino que los guardó para entregarlos a sus familiares en cuanto regresaran a Paita.  Ése fue su primer error.

El bergantín en el que Miguel Grau pasaría su primera aventura en el mar sería lo único de lo que hablaría cuando regresase a Paita. No debería sorprender, entonces, que años luego en su clase de arte, cuando se le pida ilustrar un aspecto de la vida de Paita, éste hiciera lo posible por reproducir ese navío.

No se sabe cuál de los tres habrá sido el primero en levantarse, pero no tardó en atacar a otros marineros.  Para cuando fue detenido con un golpe de una lampa a la cabeza, ya había infectado a cinco tripulantes.  Por la gravedad de las heridas, estos no tardaron en transformarse.  Para cuando esa noche llegó, la mitad de la tripulación estaba luchando una horda de zombies tratando de comérselos vivos.

La lucha fue brutal. El capitán prefirió suicidarse de una bala a la cabeza luego de ser moridod a transformarse en uno de esos seres hambrientos.  Para cuando la mañana llegó, sólo quedaban vivos un puñado de marineros y cuatro de los menores de edad, entre los cuales se encontraba el joven Miguel Grau.  Como se solía hacer en esos casos, se habían parapetado en el puente.  No obstante, se había perdido el control del bergantín por una avería en los mecanismos.  Fue por eso que no se pudo evitar que el navío se estrellara contra un arrecife junto a la isla de Santa Clara, en lo que hoy en Ecuador.  Esta maniobra constituye una alternativa estándar de la marina mercante: Si una embarcación se encuentra dominada por zombies y se ha perdido el control completamente, se debe estrellar ésta contra tierra sólida.  Los muertos vivientes preferirán abandonar la embarcación en búsqueda de más carne viva y dejará a la tripulación con mayores posibilidades de sobrevivir.

Poco se sabe de los marineros que en esa ocasión salvaron la vida del joven Miguel Grau.  Por declaraciones de algunos de los que estuvieron ahí se puede saber que el que dirigió la resistencia era un local al que se referían como Pepucho.  Pero poco más se sabe de este heróico tripulante al que el Perú le debe tanto.  Si no hubiera sido por él y su experiencia en la defensa contra los cadáveres andantes, quien luego sería conocido como el Caballero de los Mares no habría sobrevivido su primera experiencia en el mar.


Más verdades sobre Grau:

La verdad detrás del caballero de los mares (1)

La verdad detrás del caballero de los mares (2)

La verdad detrás del caballero de los mares (4)

La verdad detrás del caballero de los mares (5)

La verdad detrás del caballero de los mares (6)


Escrito por

mildemonios

Economista con postgrado en periodismo.


Publicado en

Valhalla

where bold, brave men struggle against the zombie armies before returning to Asgard